top of page

Chamacote tonto

  • Aquí Comitán
  • 12 ago 2019
  • 2 Min. de lectura

Chamacote tonto


La primera vez que subí a un carro fue en un viaje corto, de escasos 15 kilómetros, todos de terracería.

Tenía escasos 6 años de edad.

El viaje sirvió para asarear a mi hermano, quien ya tenía 13.

Antes de eso solo me colgaba de los camiones de 3 toneladas que llegaban a Emiliano Zapata a comprar café, por quintales, que los coyotes vendían después a mejor precio.

Nos colgábamos ahí tres o cuatro chamacos, generalmente con los ojos cerrados porque levantaba mucho polvo y sólo el tramo que aguantáramos ir colgados y sin respirar, por la polvazón.

Cuando a veces los choferes se daban cuenta de nuestra presencia colgados de su unidad se bajaban muy enojados a corrernos; nosotros nos soltábamos, salíamos a gran velocidad y asunto arreglado.

En realidad la presencia de los carros era una novedad en mi tierra, donde poquito antes los únicos medios de transporte se reducían al uso de un caballo, una yegua, una mula, un macho o un burrito.

Por eso ver un camión que por ahí pasara era novedoso y deseábamos conocer la sensación de viajar en un automotor, aunque fuera colgados y exponiendo el pellejo.

Y no sé porqué pero a mí me llevaron un 28 de febrero a la feria del Santo Niño de Atocha, de Comalapa, que se llevaba a cabo en el parque central, solo en compañía de mi hermano, quien debió sufrir las tonterías que acostumbra un chamaco a los seis.

Uno de mis regalos fue una gorra que yo andaba luciendo en la feria y me había puesto muy feliz porque también era mi primera cachucha, dado que en mi pueblo sólo se acostumbraba el sombrero.

Estoy casi seguro que no disfruté de muchos juegos mecánicos porque siempre andábamos escasos de dinero, pero no puedo olvidar que subí a la rueda de la fortuna, sin mi hermano y ningún otro familiar vigilándome.

No sé cuántas vueltas da la rueda de la fortuna ni me acuerdo cuántas dio en esa ocasión, lo que nunca voy a olvidar es que en la primera vuelta, estando en la parte más elevada, el aire tumbó mi cachucha.

Obviamente no lloré, no es de machos llorar, pero mi corazón palpitó muy fuerte de tanta angustia por el temor de perder para siempre la gorra que me había comprado mi hermano, mi único presente, aunque ya viajar en camión era un enorme regalo,

Cuando ya terminó la última vuelta y me quitaron el barrote de seguridad rápidamente fui a buscar a donde suponía había caído mi gorrita, pero por más que busqué no la hallé; eran centenares de personas dando vueltas.

Pero lo más feo de mi viaje fue cuando asareé a mi hermano, apenas habíamos iniciado el viaje.

Tan pronto abandonamos la comunidad y pasamos por el río aparecieron los árboles, muchos árboles, de una exuberante vegetación todavía apreciable a la fecha, y como ya íbamos a muy buena velocidad, tuve una ilusión óptica y le dije a mi hermano:

Mira, Chaín, están caminando los árboles.

La gran carcajada que soltaron todos los demás pasajeros sirvió para percatarme que no había dicho algo medianamente inteligente:

-Chamacote tonto, fue todo lo que dijo mi hermano.

(PD: amo sus atenciones y regalos de cada quince días) .


Texto

Disraelí E Ángel Cifuentes



https://www.facebook.com/disraelie.angelcifuentes/posts/148454052997379


 
 
 

留言


  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

© 2015. Aquicomitan Creado con Wix.com

bottom of page